Colectivo hora pico, siempre alguno apoyando, otros pungueando. Hijos de
punga.
Enfrascado en mis audiso, cierro los ojos y me dejo llevar. Por la música y
por el fercho. El tiene su propio swing, cachengue y tucutuc tucutuc
De pronto me abstraigo y llega ese tema complicado. Rock progresivo. Me lo
se de memoria.
Pelo manos y empieza el sólo de air guitar, virulento. La vieja que tengo
al lado me mira con una mezcla de asco y sospecha de sabueso del FBI. “Este se
droga, pendejos de mierda”.
Estoy limpio, pienso. Nunca consumí nada más que buena música. Redoblo la
apuesta, más fuerte. La desafío, le tiro una sonrisa y lenguetazo a la Gene Simmons. Me
pide cambiarse de lugar y me hago el sordo. No te escucho, no te entiendo. “Ah ¿Queres
bajar?” Ok, la dejo pasar. Pero sabé
quién tiene el rock. Yo soy el rock, la despido con los últimos acordes.
Se viene un nuevo tema. Ese que exige que de todo de mi. Siento que el
colectivo es un mosh pit inmenso, que me ovaciona. El vendedor ambulante que
trata de vender unas tristes medias 3x1 es el cocacolero. El colectivero es el
patova de seguridad, firme te manda para atrás.
De repente salgo de trance un poco. Abro un ojo. Al lado mío un pibe ocupa el lugar que dejó vacante la azafata del tren fantasma.
También tiene headphones al palo y barba prolijamente desprolija, es un Babasónico,
pensé.
Bajo un poco el volumen para escuchar su audio. Eso no es rock ni metal. Es rock Cristiano. Parece Creed. Qué
banda de mierda. Se sabe que el rock de verdad es de Satan. Dios llegó tarde al reparto de melodías, le
tocan esos cantitos de iglesia te seguiré la Lara Lara y eso.
Vuelvo a subir el volumen, redoblo la apuesta, con mucho más énfasis en el
refuerzo de bajos.
Mis pedales imaginarios me dan la distorsión necesaria para poner en su
lugar a este maarracho.
¿De que te reis?. Cruzamos contacto visual. Desprecio tú
rock blando, comercial y masificado por la corporación ecumenica..
Tu mensaje divino de que todos somos buenos, cuando sabemos que el rock y
el metal son protesta, enojo, Rages Against the Machines. And when the Machine breaks
down, aparecen estos engendros de pseudo
rock.
Al toque entiende la onda del duelo. Nos trenzamos. A muerte. Como en la peli Crossroads ,
me siento Steve Vai. Voy por la revancha con las banderas del diablo.
La gente nos mira. No hay lugar para tibios. Tiro un punteo venenoso.
Seguro que tú banda eclesiástica no tiene ni idea de esto. Va!
Me pasé de parada, no importa. Mis manos
van más rápidas que su vista, busca reproducir y no le sale. “Tomaaa, mi
guitarra tiene 7 dedos, el que no grita Sepultura para que carajo vino”. El
resto del pasaje mira con susto. Alguno parece amagar un llamado al 911.
Lo arrincono. El diablo se apodera de mi, y me dicta los sonidos más
extremos. Nunca “toqué” así, ni siquiera en la PlayStation, con mi guitarrita
de plástico.
Derrotado, me pide permiso para bajar. Antes de hacerlo me mira y me dice
haciendo unos cuernitos al reves “Sos un pelotudo, que Dios te bendiga”.