Madrugada en
la guardia, igual a todas las demás, distinta de todo. Ser administrativo en
una guardia médica es una posición por
demás incomoda, casi al punto de la tortícolis. Es ser el frontman del kilombo,
el alfarero de los problemas, el alquimista de te la cuelo.
Y más aún, si tenemos en cuenta que no hablamos de
prepagas sino de hospitales públicos. Esos que los políticos se ufanan de tener
impecables y las oposiciones de remarcar la falta de insumos o los agujeros en
el techo.
Sandra es una
de ellas, salario escueto y quiere largar todo a la mierda. Los médicos lindos,
los maduros que le gustan no le dan bola. Ella sabe que se garchan a las
residentes, a las enfermeras jóvenes, de a una o en grupo, según la ocasión y lo
que haya para tomar.
Las leyendas
urbanas se nutren de material de las guardias. Se forjan entre batas, suturas e
ibuprofenos.
Sandra se
siente fea, paso hace poco los 45, el cigarrillo le bajó dos octavas a su voz.
Laburar de noche completa y corrida, la convirtió en una cuasi zombi, mas del lado de los muertos que de las vivas.
"Nos
vemos, hasta mañana" se despide cordialmente Pablito, el pendejo médico
residente que se partía y partía,
completando su turno de 48hs. Inaccesible para ella, tenía que nacer de nuevo y
llegar a los dieciocho en plenitud. “Podría ser tu madre, y darte el Edipo de
tu vida pendejo”.
Las guardias
son un lugar bizarro.
Puede ser que
no pase nada durante horas, que el reloj se quede quieto y de golpes y porrazos
llegan cuatro accidentados. Esa madrugada, llegó uno solo. Uno con cara de loco. A diferencia de otros
borrachines de la zona y su hedor ancestral, olía a perfume. Tener un sobretodo
cuando hacen 26 grados en febrero tampoco ayuda, menos si es acompañado por un
gorro de lana y anteojos oscuros, en plena noche. Ese perfume era una
bendición. Sandra lo sabía bien, sus fosas nasales habían catado las fragancias
mas insalubres de los sobacos mas aromáticos.
"La puta
madre, siempre está lleno esto y ahora no hay nadie” se persigno mentalmente.
Si iban a violarla al menos tendría perfume, y no le venía mal una pistoleada. “Donde
esta Luis, que tipo pajero!" puteó por lo bajo, asegurándose que el quía
no la escuche. Luis era el “oficial de seguridad” que habían asignado desde el
despelote del mes pasado. Ese día se
había armado la gorda, cuando dos bandas de la villa tuvieron un ajuste de
cuentas allí mismo. Y la gorda Jennifer, líder del clan de los perucas y madama
del paco , los había fusilado a quemarropa. Lo de pajero era con conocimiento
de causa, más de una vez lo había sorprendido
en el baño cascándose. Se había comprado en mil cuotas un celular de última
generación con 4G, exclusivamente para
mirar porno en tiempo real. Las enfermeras y doctoras jóvenes lo tenían re
calado. Se paraban al lado en poses insinuantes y lo rozaban, sabiendo que le
daban desde material para la frotación, hasta una probable ida en seco. Se le
agachaban para preguntarle cosas y le susurraban al oído. Perras.
Las guardias
son un lugar ingrato.
"Buenas
noches señorita dijo el extraño. Hay que sacar numero?" Esa voz era inconfundible, cuasi sensual. Lla
había escuchado en la radio y en CD. El extraño del gorro de lana se sacó los
lentes y le dio confirmación a lo que sus oídos estaban presumiendo. Esos ojos
azul profundo le dieron un baldazo en sus partes nobles.
“Es
Robledo!!! Lucas!!!” gritó en una voz casi adolescente, excepto por el tono de
diariero. Tenía todos sus discos. Sus letras la enamoraban de pies a cabeza. En
el ambiente tenia tantos detractores como fans, que aborrecían su melosidad y
su rima cacosa, pero el target de las veteranas estaba completamente de su
lado. Sus seguidoras eran reconocidas como las Lucrecias.
Qué estaba
haciendo en un hospital público un día de semana a la madrugada?. En seguida lo atienden. Tome asiento por
favor.
Ella sabía
que era mentira. Que el médico de guardia iba a volver dentro de media hora,
después de culearse a la residente nueva, esa, tetoncita de culito firme y un
ojo medio virulo.
Sabía que tenía
que darle charla. Eran sus diez segundos de fama. “Usted es Lucas??” le
preguntó con voz temblorosa.
“Jajaja qué linda,
tutéame”. Hasta su sonrisa era melodiosa. ”Si soy yo. Te preguntarás que hago
acá. Soy acérrimo defensor de lo público, me gusta atenderme en los hospitales
nacionales, son de los mejores del mundo” exageró. “Prefiero venir de incognito a la guardia
porque los paparazzi me vuelven loco”. ”Necesito esta medicación bombona, y sé
que la tienen en la farmacia”. Le extendió su brazo esculpido con un tatuaje de
un pez Koji Extrabrut chino. En su mano, una receta.
Sandra era un
cero en medicina, no entendía nada de salud, de pedo sabia llenar una ficha con
los datos básicos de un paciente. Pero leer sabía muy bien y los nombres de la
prescripción la llevaban un arcoíris de
antidepresivos y anfetaminas. Papota como para calmar a un regimiento de sus
fans mas enfervorizadas.
Al pasar tres
minutos, Lucas se acercó y le pidió a Sandra nuevamente si el doctor podía
atenderlo, esta vez de manera un poco menos amable. La mirada amistosa se
transformó en imperativa, casi violenta.
Dos segundos
más tarde, lo tenía montado en el mostrador, mostrándole los dientes.
"Linda, no me hagas enojar. Tengo que salir de gira mañana y las giras son
largas. NECESITO LA MEDICACION"
"A ver
quien sigue, señor" Irrumpió el médico de guardia. Imposible que fuera
Luis, q debía haberse quedado dormido en la garita, soñando con tetas culitos y
afines post paja.
"Al fin”,
dijo Robledo y volteó para mirarlo. Entraron en el consultorio dos, el uno tenía
un agujero en el techo marca cañón y en este momento había una reunión de
consorcio de ratas.
"Se la
hago corta doc, dos recetas de esto". La paciencia de Lucas tocaba fondo.
"Esto
requiere de un Psiquiatra, yo soy clínico. No tenemos psiquiatra de guardia.
Salud mental trabaja Lunes, Miércoles y Viernes”. Explicaba el médico de
guardia. Sandra no conocía su nombre todavía, de su potencial salvador.
"Ah si?
y llama a uno porque esto es una emergencia eh!, mira que me vengo loco eh!".
En ese mismo momento se bajo los lienzos y comenzó a defecar sobre la camilla,
mientras entonaba y bailaba su ultimo hit, “Amor de veranos es amor dulce y
salado”.
El médico de
guardia saltó rápido de su estupor. Se paro, y, con una mezcla de indignación y
rabia, comenzó a golpear a Robledo con ganas. "La puta que te pario viejo
de mierda!". No podía frenarse, años de facultad, de residencia, para
tener que tolerar esto. No señor.
Como
consecuencia de la seguidilla de piñas, Robledo comenzó a sangrar, y sangrar. Y
no se desangraba ni quedaba inconsciente. Sólo atinaba a reírse, una risa digna
de un loco de mierda. "Dame las pastillas putito". Y le mandó una escupida
de un coágulo que decoró el guardapolvos del joven y ofuscado galeno.
Norma estaba
paralizada. No podía reaccionar. Se le caía un ídolo.
Las guardias
te liman el marulo.
Robledo tosió
y escupió otra pelota número tres de sangre. Extrajo de su bolsillo lo que
aparentaba ser un control remoto, lo apunto al médico de guardia y presionó una
combinación de botones.
"Qué
está haciendo?" pensaba Norma, mirándo desde el escritorio.
Del control
remoto salió un rayo azul. Paralizó al doc y lo puso boca abajo. Robledo seguía
con los lienzos abajo, se le arrimó y se lo violo con ganas, cantando uno de sus clásicos. “El amor tiene
cara de rotweiler”, una canción dedicada a Nuri, su gato de toda la vida.
En ese
preciso instante, un poco tarde para mi gusto y seguramente para el gusto y la salud anal del ignoto galeno justiciero, irrumpió
a toda velocidad el guardia, con manchas de tuco en los pantalones recién
subidos y la bragueta semiabierta.
Sus ojos
mostraban la lujuria de tres pajas al hilo, gracias a la magia de su material
fílmico y haber mandado muchas cosas chachas al 2020.
Saco su
pistola pero era tarde, nunca la había usado, tampoco pudo hacerlo esta vez.
Robledo le
apunto con el control remoto. Esta vez el efecto fue hacerlo llorar. De
angustia, darse cuenta que su vida no tiene sentido y que está más solo que
nadie.
Solamente
quedaba Norma, su libido pre menopausia estaba llamativamente alto, sin
importar el desastre que allí reinaba.
“Cantame despacito
al oído Robledo, acá tenes la llave de la droguería. Pero cantame despacito el
tema Arrumacos, que es mi favorito” le dijo Sandra. Si la iban a hacer, que se
la hagan bien.
Robledo la
miró con ojos de fuego y canto, dos veces. Sació el pipón apetito sexual de
Norma, y le dio para que tenga, guarde y archive por duplicado. Quedó
desparramada en la silla, puchito en la boca y nada qué hacer. Qué raro que no
haya venido nadie.
Robledo se
dirigió raudamente hacia la droguería. Se sirvió siete cajas de pastis, varias más de las que
figuraban en la receta, engulló varias y se iluminó como un esas nuevas
linternas LED.
Salió
caminando, bañado en sangre y sudor, pero siempre perfumado. Se subió a una
moto Vespa que arrancó sin llave, que se
elevó en vuelo hasta perderse en dirección Alfacentauri.
El oficial y
el medico, tuvieron pesadillas sobre esa noche durante meses. Y debieron buscar
otro trabajo, de día, obviamente.
Norma tuvo
sueños húmedos. Sigue trabajando en la guardia y esperando a su amor platónico.
Robledo bajó
de los charts. La prensa especializada se pregunta qué fue de su vida,
conjeturan con que se cansó de la fama y se fue su campo a terminar sus días.
De tanto en tanto aparece un single pirata desde un estudio casero, para
delirio de sus admiradoras que lo siguen en su canal de Yutuf.
Y cada otro
tanto desaparece alguna provisión de ansiolíticos de algún que otro hospital
público. De una guardia, a la madrugada.
Las guardias
tienen vida propia. Mucha más que la de los que asisten a ellas.