Ya en la plaza, El
Flaco los liberó un poco. Los soltó y cada can pudo despejarse y salir para el
lado que se le cantara el collar.
Mientras sus paseados
paseaban, el Flaco se parlaba a unas minitas runners en calza engomada. Hablaba
de música, de su pelo largo y cómo lo mantenía tan brilloso. Su look rockero
les encantaba, tanto que hasta quizás iban las dos juntas con él. Es por eso
que el les hacía bromas a ambas por igual. O quizás por el hecho de que alguna
agarrara viaje y otra no.
Kuky salió disparado
hacia el bebedero. Tenía una asignatura pendiente con esa máquina. Iba a lograr
que le diera de lleno en el hocico si o si. Empezó ladrándole con furia,
después tratando de mordisquear el pico…nada.
Lana miraba compasiva
al Coronel, cansado de un bostezo eterno, sin ganas de moverse. Le hacía
acordar a su padre, por sus formas y por la manera cansina de desplazarse.
“Guau arf wof” (No te quedes ahí sentado, vamos a correr) le dijo, buscando ver
si le contagiaba un poco de juventud. “Guau guau” (No gracias, prefiero
quedarme tranquilo bajo la sombra de este árbol).
Entonces pasó Olaf,
corriendo como una tromba. Lana lo siguió, ambos se gustaban, eso estaba claro.
El Coronel los miró añorando su lejana juventud. “En mis años mozos, a este me
lo hubiese comido con mostaza”.
Promediando el
mediodía y luego de ingerir unas frutas, el Flaco se dispuso a dormir una breve
siesta. Descanso triunfal después de
haberles ganado el fono a las chicas, que resultaron ser primas. Lo habían
invitado a la casa de Tania. Con ese nombre, no se podía hacer la difícil.
Sus sentidos estaban
alertas y los perros contentos no iban a ir a ninguna parte saliendo de la
órbita de su control. Había dejado estacionada su Traffic al costado de la
plaza, en una ubicación no permitida. Pero había acordado de antemano con los
de la grúa una pizza de cortesía un viernes de cada mes y eso bastaba.
En ese preciso
instante se acercaron a él dos villeros. Uno vendía flores en la esquina, pero
ya se le habían acabado hace varios días. El otro era nuevo por el barrio,
seguro era extranjero, boliviano o peruano por sus rasgos incaicos del
altiplano. “Eh amigu no tenés una moneda?” le inquirió al Flaco en un tono
amenazante. “No maestro, no tengo nada” contestó el flaco, llevando sus
pensamientos directamente al amansalocos que tenía lejanamente guardado bajo el
asiento de la Traffic, allá a lo lejos.
Con la destreza de un
ninja, el peruano se colocó detrás de el y lo maniató. “Dale gato”, dijo el
florista “corte que te via tajea todo y te via deja lacio”. ,
Mientras luchaba por su
vida, en distintos puntos del parque, los perros no se habían percatado del
incidente y estaban corriéndose intempestivamente.
Ocasión perfecta para
que de atrás de unos arbustos, apareciera Chano, el linyera del barrio, para
meter al Coronel adentro de una bolsa de arpillera y llevárselo. De nada sirvió
lo que ladraron Olaf, Lana, Kuky y el Negro, que ligó una patada de Chano, dolorosa
por cierto, y contaminante a fuerza de uñas encarnadas y olor a pata.
"Vaaaamo "
dijo Chano, uno más para dormir calientito, encima este tiene la piel suave. Lo
voy a tener un tiempo y se lo voy a vender por buena plata al señor Vera.
El Coronel no
entendía nada, intentó ladrar un par de veces, pero su ladrido sonaba seco, por
entre los agujeros, indefinido para que alguien pudiese detectarlo y acudir en
su ayuda..
Volviendo a la plaza,
los pungas fajaron al Flaco, lo dejaron sin la Traffic, que aparecería dos días
más tarde incendiada al costado de la villa.
Sin vehículo,
maltratado, pensando en cómo iba a hacer para estar lindo para las chichis,
comenzó a agrupar a los canes para devolverlos uno por uno a su dueño.
Los perros estaban
alborotados. "Guauuug guau guag (no vamos a hacer nada??? Se llevaron al
Coronel!!!)" ladró nerviosa Lana. "Guau Guaf Arf Barf Guof"
(Lana tiene razón, el humano no se dió cuenta) dijo Olaf mandándose la parte.
"Guau guau guau guau (Ahora no podemos hacer nada, cada uno a su casa y
recemos) Arrojó un manto de piedad a la situación el Negro. A Kuky no le
pidamos nada, por lo menos no interrumpía.
Cuando llegó el
momento de entregarlo a Estela, el Flaco no sabía dónde meterse. "Dónde
está Dunley?" preguntó, con la desidia de a quien no le importa demasiado.
"Señora, me
robaron la camioneta" dijo el Flaco, alguien debe habérmelo sacado mientras
estaba luchando contra los villeros. "Dunley no puede haberse ido
sólo".
"Bueno, si llega
a aparecer me cuenta". Eso, sin ninguna efusividad, estaba claro que el
Coronel no le interesaba en lo más mínimo.
Cada uno en su casa
ladró a la luna en señal de búsqueda. La conexión con los demás en el barrio,
llegó a peinar varias manzanas de ladrido interconectado. Y nada.
El Coronel pasó una
noche de mierda. Realmente añoraba a Estela. No porque fuera una vieja chota
insensible, pero porque al menos le daban comida y un techo dónde descasar. Y
un paseaperros amigo. Aquí estaba al lado de dos perros desnutridos, no pudo ni
oler la cazuela de fideos que Chano les revoleó.
Pero lo peor no fue
no comer. Fue estar amontonados en ese colchón con el Chano.
El olfato del Coronel
era sutil. Su amigo Reynaldo se jactaba
de ellos en sus cacerías en el campo de Chicha.
Ahora tenía que
olerle el sobaco al Chano y los olores cloacales de los perros, esos con los
que ni se animó a cruzar ladrido. “Guauu Guauu Guauu” (Tenemos planes para vos
viejo).
"Necesito vino,
y no tengo plata, vení vos" Agarró del cuello al Coronel y lo llevó a la
rastra por la calle a plena madrugada.
El Coronel se preguntaba dónde iba a conseguir el vino, pero tampoco
podía explicárselo.
No sabía a dónde
estaba yendo. El Chano frenó en una casa de época, a unas siete cuadras de ahí.
Al Coronel le pareció divisar el parque camino a la casa, pero estaba oscuro y
su vista había dejaba mucho que desear desde hace rato.
"Dale abrí Vera,
te tengo una sorpresa!!" El Chano golpeaba la puerta como si no hubiese
tocado el portero. Al rato se abrió, y el Coronel vio una cara que lo asustó
bastante.
El tipo parecía
muerto. Dentro de ese semblante sus ojos se iluminaron cuando lo vió al
Coronel. Lo acarició y lo tocó en lugares donde el Coronel no había sido
acariciado antes, ni siquiera por Kuky en alguna de sus incursiones olfativas
ahí abajo.
"Me gusta"
le dijo Vera " Te doy doscientos pesos".
"Dos cincuenta
maestro" Le dijo Chano, haciendo mentalmente una cuenta de cuantos vinos
iba a comprar con esa plata, pero sin saber demasiado el monto.
"Bueno, es de
raza, tomá" Y metió al Coronel para adentro.
En la casa había
muchas fotos de perros en la pared. Y Vera le quiso poner chaleco para perros.
El Coronel lo había visto una vez en Pulqui, una perrita que se murió cuando la
atropelló un camión, hace unos años, cuando Reynaldo todavía lo llevaba a la
plaza y conversaba con las mamás y los otras personas que llevaban ahí a sus
canes.
Realmente quedaba muy
ridículo. "Te queda lindo" le dio Vera, ya vengo, me voy a poner más
cómodo. "Guau guau guau guauuu (Saquenme de acáaaaaa)" los ladridos
del Coronel presagiaban lo peor.
Vera volvió
disfrazado como un verdugo, con algo para lastimarlo y semidesnudo.
El Coronel seguía sin
entender, hasta que Vera comenzó a acariciarlo y a buscar introducirle el dedo
en el ojete.
"Guauuuuuuuuuuuu
Auuuuuuuu (Que haceeeeeeeeeeeees hijo de puuuta)" ladró el Coronel.
"Quedate tranquilo, te va a doler al principio" dijo Vera "perá
que pongo algo de música"
"Era ahora o
nunca" Con sus dientes limados y chuecos, clavó con todas su furia
mandubilar en el muslo izquierdo. y se arrojó por una ventana entreabierta. Por
suerte la casa de Vera era un PH, en planta baja.
Lo que corrió el
Coronel no tiene nombre. Su olfato lo llevó a la plaza, se acomodó abajo de un
banco. Tuvo miedo y frío. De más está
decir que no pegó un ojo en toda la noche.
A la mañana siguiente
El Flaco volvió a buscarlo, sin esperanza. Encima había estado dando vueltas
toda la noche. Y las primas le habían cortado el rostro. “Ya van a caer con la
calza cansada”.
"Hooola
Dunley!!! Acá estássss" Cuando quiso devolvérselo a Estela, ella lo
desconoció. "No es el, Dunley es te con leche no café con leche. No se
quedátelo".
Y fue así como el
Flaco, lleno de culpa, adoptó al Coronel.
Hoy lo lleva en el
asiento de adelante, y comanda todas las mañanas el paseo matinal. Cuando están
solos le ayuda a levantar minitas con una rutina que tienen bien ensayada. El
Flaco le da de comer y le hace escuchar rock. El Coronel aprende.
Los demás lo
respetan, Lana lo quiere y de tanto en tanto lo lame con afecto. "guau
guau guau (No me queda mucho, pero al menos terminaré mis días
decentemente)"
De Vera no se supo
nada más, de los villeros tampoco. Por suerte El Coronel no tuvo la desgracia
de encontrárselo.